viernes, 11 de febrero de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

Un té


Antiguamente, el té era una bebida reservada casi exclusivamente a los nómadas del desierto, que siempre llevaban consigo una bolsa de este preciado producto y otra de azúcar. La bebida se compartía cuando se encontraba a otro viajero. Como precisamente no les faltaba el tiempo, solían tomar tres vasos. Desde entonces, se incluye la menta, para atenuar el sabor. Para los mauritanos, cualquier momento y cualquier ocasión son buenos para tomar un té.

Empieza el ritual lavando los vasos y haciendo un té muy concentrado con menta y mucho azúcar. Tras el primer hervor, vuelven a echar agua y bastante azúcar en la tetera. Se hierve el te y entonces se escancia de la tetera al vaso para que haga espuma. Luego se vuelve a escanciar de un vaso a otro. El proceso se repite varias veces hasta resultar un te espumoso que sabe realmente bien. La persona que lo hace lo prueba constantemente para lograr el sabor deseado. Primero, se llenan los vasos de espuma y luego sólo se llena un tercio del vaso. La prisa podría ahuyentar la magia. Primero beben los hombres, después las mujeres y por ultimo la persona que prepara el te, y esto se repite por tres veces.

El primer té es amargo cómo la vida. Se bebe a sorbos para no quemarse demasiado. Una vez que se ha bebido, se devuelve el vaso. La persona que está haciendo el té empieza a preparar el segundo. Pasan el té de un vaso a otro a mucha distancia de altura hasta alcanzar la espuma deseada.
El segundo té es dulce cómo el amor. Nuevamente sirven el té y también se bebe a cortos sorbos.
El tercero y último té es suave cómo la muerte. Este es el último te, se bebe a pequeños sorbos con la oculta intención de que no se acabe nunca. Saborear el té como la vida: poco a poco, momento a momento, respiración a respiración, deteniendo el tiempo.

Texto extraído de la pág. web de la Fundación Chinguetti